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Leemos para desaparecer, pero no del todo, no como quien se esfuma en el aire o se deshace en la nada. Leemos para dejar atrás la piel que nos ata a las horas, a los días que se repiten como ecos cansados. Abrimos un libro y, de pronto, ya no estamos aquí, aunque tampoco estamos allá. Es un lugar intermedio, un espacio que no tiene nombre ni coordenadas, donde el tiempo se pliega y las palabras nos envuelven como un río que nos lleva sin preguntar. Desaparecemos, sí, pero para reaparecer en otro sitio, en otra piel, en otra voz que habla desde las páginas y nos dice cosas que no sabíamos que sabíamos.

¿Qué pasa cuando leemos? No es solo que las letras se conviertan en imágenes, en paisajes, en rostros que nunca hemos visto pero que reconocemos al instante. Es algo más profundo, más inquietante. Leer es como mirarse en un espejo que no devuelve nuestro reflejo, sino el de alguien que podríamos ser, que tal vez somos en algún otro lugar, en algún otro tiempo. Desaparecemos en ese reflejo, nos fundimos con él, y por un momento ya no somos nosotros, sino esa otra persona que camina por las páginas, que piensa con nuestras palabras y siente con nuestro corazón.

Pero cuidado, porque desaparecer no siempre es un acto inocente. A veces, al leer, nos perdemos tanto que ya no queremos volver. Las páginas se convierten en una trampa, un laberinto del que no hay salida, o tal vez no la buscamos. Nos quedamos ahí, atrapados entre líneas, como si el mundo exterior fuera solo un rumor lejano, un eco que no nos importa escuchar. Y entonces, cuando cerramos el libro, nos damos cuenta de que algo ha cambiado. No somos los mismos que éramos antes de abrirlo. Algo de nosotros se ha quedado atrás, en ese lugar intermedio, y algo nuevo ha llegado para ocupar su lugar.

Leemos para desaparecer, pero también para encontrarnos. Para descubrir que, en el fondo, no somos uno, sino muchos. Que dentro de nosotros hay voces que no sabíamos que teníamos, historias que no sabíamos que podíamos contar. Leemos para perdernos y, al mismo tiempo, para encontrarnos en ese otro que somos cuando las páginas nos envuelven y el mundo se desvanece. Leemos, en fin, para ser más de lo que somos, para ser todo lo que podríamos ser. Y en ese acto, en esa desaparición, está la magia.

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